martes, 12 de octubre de 2010

Hoy no fuí a trabajar.

Esta mañana desperté cansado, sucio y tarde para variar,
Eduardo, el jefe, me esperaba para lo mismo de siempre,
llego a la casona, me sirvo un café, leo las noticias, y hago
mil estupideces que solo dan vueltas redondas tratando de
evitar mis aburridos labores diarios.
Volví a dormir, desperté por segunda vez
apague el celular y volví a dormir.
Volví a despertar, esta vez con hambre y ganas de fumar.
Prendí mi teléfono y salí a buscar algo de comer.
Abajo, la bodega estaba repleta de gente, algunos miraban mal,
mujeres gordas y viejos calvos compraban menestras y gaseosas retornables,
por un momento pensé que, igual que ayer, hoy sería un día hostil.
El tema de no haber ido a trabajar, sin embargo, me tenía emocionado y ansioso,
compre fósforos y caminé con dirección al sur.
A la segunda cuadra me sorprendí con la mirada de una señora
que me miró con unos ojos que parecían vacíos, carentes de miradas,
encadenados a un pasado violento, me miró y rápidamente se reconoció
lo cual me desentonizó de la vereda y me preocupó , nunca entendí que tenia
de parecido yo y ella, justo comenzaba a sentir una extraña sensación de curiosidad
con cariño, de identificación con ablandamiento de corazón, cuando de repente un jugoso
sonido en mi estomago, me recordó que tenia hambre, a si que decidí ir a comer,
me senté en el ultimo asiento del menú, rápidamente llego el menestrón, mientras en la tele,
la telenovela mas patética de México, tenía hipnotizados a todos, quienes derramaban sus menestrones y dejaban correr la gota verde por la esquina de sus bocas, con las miradas pegadas al televisor de pantalla plana, con un curioso cobertor de plástico.
El seco estaba húmedo, verdoso y los frijoles densos, pero eran firmes contra el hambre que me agobiaba, 10 minutos antes de acabar mi plato, mientras una mujer hermosa lloraba inconsoladamente en la tele, dejé 10 soles en la mesa (El menú completo cuesta siete soles)
y salí disparado, mi teléfono estaba sonando.

La emoción retenida que tenia, por no haber ido a trabajar, explotó cuando vi la luminosa
pantalla de mi teléfono móvil, el cual para mi suerte, o hasta ese punto eventual mala suerte, empezó a avisar ostentosamente su lenta agonía, batería baja, aparecía religiosamente cada 10 minutos.

Era Mario, un reconocido periodista de pelo blanco y bigote, con el que había conversado
la semana pasada y aparecía con su entrevista (de trabajo) como prominente solución a uno
de mis problemas, pues por fin, me pagarían por escribir.
Entre a su oficina, olía a guardado mezclado con café, su taza era de dos orejas, la mire detenidamente durante casi un minuto y medio, hasta que tuve que mirarlo pues produjo un firme Buenos días.
Me preguntó un par de cojudeces y luego me hizo escribir, pero no sobre música o teatro, si no, sobre unos panzones calvos corruptos mal humorados (Políticos) y unas viejas gordas y huachafas. Hice lo que pude, me trató con cierta hostilidad, no lo miré a los ojos, y salí esquivando cajas con libros y obras de arte tapadas y papel y skates rotos y caca de perro y mal olor y noches sin dormir y ganas de morir.





Aló? le dije, no me diga que me contrató

se cagó de risa y me dijo que buscaba a mi padre, queria escribir una nota sobre el y necesitaba una entrevista, pues si conseguia esa nota ganaría "un culo de plata" (sus propias palabras)

La conversación no terminó y seguí caminando al sur, con la emoción todavía porque no habia ido a trabajar.

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