miércoles, 17 de noviembre de 2010

V

Nunca voy a olvidar esa mañana, abrí mis ojos con la dificultad que otorgaba una pegajosa legaña, y vi lo que nunca quise ver, el pánico calentó la parte de atrás de mi cabeza, y la legaña dejo de ser un impedimento, mis ojos estaban igual de abiertos que mi boca, que así, abierta, temblaba como maquina de temblar.

A la hora de almuerzo no almorcé, a la hora de cenar, no cene, y a la hora de dormir no dormí.

No se lo podía contar a nadie, no solo porque nadie me lo iba a creer, sino porque me daba miedo contarlo, sentía el calor en la nuca, típico.

Yo pensé que había visto de todo, que ya nada me sorprendía, que cualquier evento, por mas macabro que sea, que pase por delante de mis ojos, seria como mirar un infomercial, pensé que me había vuelto inmune y cómodamente insensible a la violencia, pero esa mañana, esa mañana.

Simplemente me quede en mi casa, todo el día, como si nada hubiese pasado, como si febrero llegara en un par de meses, como si la jarra de limonada estuviera llena, como si nos iríamos de paseo, pero tremendamente perturbado por la avalancha de imágenes de lo que vi esa maldita mañana.

estaba en shock, pero en un shock consciente, es la sensación mas desagradable que jamas sentí en toda mi vida de lo que sea que soy, entonces cuando sentí eso que sentí, toque fondo, como dicen, toque fondo, como cuando me esforzaba tremendamente para llegar al fondo de la piscina y tocar el piso con mi dedo de niño.

me acorde de mi niño, busque el cuarto cajón de caoba, cargue la ruleta, y salí decidido a buscar a ese maldito hijo de los mil y un padres.

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