viernes, 14 de enero de 2011

LaSerena

Repentinamente llega ese momento, en que, una fuerte imagen de la infancia se desprende de un objeto, un olor, una sensación de miedo, o de tristeza, y se avalancha en las entrañas de tu cerebro. Te retumba en las paredes grasosas y musgosas, mocosas del cuerpo por dentro, y luego vuelves a la normalidad. Sin embargo estuviste ahí, un momento, en ese día, en ese momento, viajaste por blanquiñosos, luminitivos, pasajes divinos, hasta llegar a hacer lo que es fisicamatematicacuanticamenteimposible ,retroceder en lo que se conoce como tiempo.

La brisa marina acariciaba mi piel, y desordenaba mi castañoamarillento pelo, las gaviotas bailaban con rectangulares movimientos, el sol no se podía mirar, mis pies estaban empanizados con arena, hasta las rodillas, y hombres que vendían pan de huevo, palmeras, y otras cosas, caminaban con faldas blancas y canastas de mimbre.

El agua iba y venia, y yo pensaba en esas cosas que piensan los niños cuando tienen esa edad, el agua (fría) chispotiaba a mis pies.

De pronto escuche la voz de mi madre gritando mi nombre, ella con una sonrisa todavía blanca,

Ayude con el quitasol, caminamos por la arena caliente, caliente muy caliente, caliente como cuando por primera vez toque el fuego, sin saber lo que pasaría, era tan hermoso, tan bailarín, con unos colores intensamente vivos, un impulso (como siempre) me llevo a aproximar medianamente rápido mi mano y sentir el calor intenso en mi dedo, lloré mucho, no solo por el dolor, sino porque no podía creer que no podría manipular con mis propios dedos esa cosa tan bella. Subimos al auto rojo, el cual tenia un cartón en el vidrio delantero, el cual debería haber ayudado a que no se caliente el auto, el aire caliente entraba por mis fosas y me dejaba un respirar molestoso. Después de que avanzamos y las ventanas bajamos, la temperatura regreso a la normalidad, y seguí pensando en eso que estaba pensando.

Dormí hasta que en el mismo instante que llegamos, justo antes que mi mama me despertara, es curioso, el auto hace muchas paradas, en los semáforos, o cuando hay embotallemiento, y ahí no te despiertas, sino cuando es la ultima parada, como si durmiendo supieras que fuera la ultima.

Bajamos la gente pasaba con rapidez, de oriente a poniente y occidente y norte y sur y saliente, corriendocaminando, yo con mi traje de baño aun mojado, entre al supermercado, seguía pensando en eso que estaba pensando en la arena, hasta que mi madre dijo.

- Ni se te ocurra perderte esta vez. Quédate acá, al lado mío por favor. Van a llegar las viejas esas del té y todavía no compro ni el té.

Yo pensé que por mas que yo había dicho que quería ir a ala playa, ella era la que decidía cuando regresarnos, entonces no era del todo mi culpa.

Me agarró la mano con cariño y caminamos hacia la parte del pan.

Las ayuyas salían en 15 minutos, para mi fueron 30, sin poder moverme.

En mi mente revoloteaban colores, esperanzas, luces, inocencia, terciopelo, y vitalidad. Es lo mismo que revolotea en las mentes de los niños, todavía limpias, después los colores se vuelven opacos, las esperanzas se agotan, las luces se apagan, la inocencia (evidentemente) se pierde, el terciopelo se endurece, y la vitalidad, la vitalidad se toma de otras formas.

Hasta que finalmente salieron las ayuyas, me soltó la mano y empezó a poner los panes en la bolsa.

Mi mente entro en blanco por medio segundo, y cuando regresé a la realidad, decidí avanzar impulsado por una extraña sensación de libertad, me acerque al área de los dulces y mire atentamente uno por uno.

Mi Mamá estaba poniendo el ultimo pan (8 para que sea par) y pensaba en que debería empezar a ponerse nerviosa, porque talvez yo ya había desaparecido, voltio la cabeza y se dijo que no podía ser. Su sonrisa cambio a una cara de preocupación y angustia en matrimonio, puso el pan rápidamente en el carrito y salió a buscarme, decidida partió hacia el lugar de los dulces.

Cuando vio que no estaba ahí, corrió mas desesperada aun al área de juguetes. Nadie.

La desesperación, la angustia de cuando lo que uno quiere saber, queda omitido, sensación de amargo que crece como la hortaliza, al principio poco a poco, una vez que pasó la mitad dobla su velocidad hasta que derepente sientes que algo en tu interior se derrumba, se rompe, se cae, las lagrimas controlan tu cuerpo y tu mente esta casi en otro lado.

Llamó por el altavoz y esperó con reloj 10 minutos. No me podía demorar mas de cualquier parte del supermercado que 10 minutos en llegar a servicio al cliente, y ella sabía que yo sabía esa técnica para el reencuentro.

Cruzó la puerta de salida y camino a paso ligero, casi trotando, hasta que unos vacilantes primeros trotes empezaron a apurar el proceso, el sol seguía fatigante, sin embargo el viento, contrarrestaba con sabiduría el calor que emergía el radiante sol.

Yo en ese momento, entraba en una especie de trance, el cual fue recurrente durante mi niñez y adolescencia, y no se me pasaba por la mente, que podía estar haciendo daño, no era maldad, a veces simplemente entraba en contacto con otro yo, con una persona interior desconocida, pero interior, que me impulsaba a realizar ese tipo de actos, en los cuales las cosas en general me llamaban la atención, mas que al resto de personas, y era ahí donde yo podía quedarme mirando un reloj, solamente porque el segundero daba vueltas, o apreciar un instrumento musical cualquiese que fuere con una minuciosa e inquietante pasión.

Pensó que podía estar en la esquina donde el cojo que el llamaba su amigo, pero ahí estaba el cojo, solo, cojo, sucio, sin poder moverse, sin muletas, sin silla de ruedas, pero solo, su plástico mordisqueado contiene con suerte 30 pesos, mi madre le preguntó si me había visto, este le dijo que le parecía que no, ella le puso 100 pesos en su inmundo plástico y el le dijo, bueno ahora que me acuerdo creo que se fue por el sur poniente, iba corriendo, polera a rayas, traje de baño y zapatillas con luces.

Antes que terminara de hablar, se encaminó en mi busqueda.

La noche se asomaba tímida.

El miedo descontento por las venas.

El dualismo del sinsentido

La Razón de lo pequeño

Mi madre llorando me abrazo con rabia.

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