La mirada se le iba a los costados, siempre esquiva a una mirada directa de ojos, objetada en la reencarnación social de la carne, hacia el cuerpo.
sus ojos jugaban al imaginario distraído y asaltado pero por sus manos fue que nos dimos cuenta de lo que no nos debimos dar cuenta.
en el espejo la señora rosa sentía que podía hacer lo que ella quisiera, era el puente a la felicidad, a lo sublime, a sentir la piel entumecida, los labios mojados y los ojos abiertos al máximo, su reflejo bailaba dando giros y formando círculos amarillos, morados y verdes, se agacha y siente el piso de terciopelo cariñoso y cómplice, el cielo la absorbe y el celeste sonido de lo limpio toma parte de lo sucio, los brazos se estiran y el pelo se alarga.
La señora rosa no sabe que quienes la observamos somos conscientes de la verdad, que aflora en el raciocinio de cualquier joven solitario o anciano militar.
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